Echo de menos el frío que pasaba en Barcelona, sin dinero y sin trabajo. La desesperación tenía otro color, otro sabor (latas de fabada, pasta al pesto). Iba a la filmoteca como la gente que va a misa los domingos, de modo ritual, sin demasiadas ganas. Allí conocí al maestro, y desde entonces nos reímos juntos de tantas cosas. Ahora me desespero con otras cosas, y me dan ganas de liarme a latigazos con los fantasmas del pasado, de gritar mucho y pasar de todo y llevar sombrero.
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