Orán. De muy lejos, a partir de Valmy, se divisa la montaña de Santa Cruz desde el tren, con su muesca profunda en plena tierra y la misma catedral como un dedo de piedra erigido en el cielo azul.
En la esquina del boulevard Gallieni hay que hacerse lustrar los zapatos a las diez de la mañana. Un viento fresco, el sol claro, hombres y mujeres apresurados y, encaramado en los altos sillones, la extraordinaria satisfacción que se siente al contemplar el trabajo de los lustrabotas. Todo está terminado, llevado al mínimo detalle. En un momento dado podría creerse que la asombrosa operación está terminada al verlos manejar los cepillos suaves y al contemplar el lustre definitivo de los zapatos. Pero la misma mano encarnizada vuelve a pasar pomada por la superficie brillante, la empaña y hace brotar bajo el cepillo el doble y verdaderamente definitivo esplendor salido de las profundidades del cuero.
Albert Camus. Fragmento para El Minotauro.
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