25 déc. 2008
El cant dels ocells/El exilio y el reino
En el cine convencional al espectador se le toma por idiota. En películas como ésta, uno está tentado al principio de pensar que realmente el que es idiota es el director, o los actores. Pero es que estas películas duran lo suficiente para alejar esa tentación y darse cuenta de que lo que se suele proponer es un descanso en el mundo de amos y esclavos, de idiotas y directores de cine. Suspender las leyes de la gravedad y del montaje cinematográfico para construir un espacio de libertad donde se pueda respirar, en la sala de proyección.
Personalmente, las películas experimentales me dan ganas de hablar con los vecinos de la platea, algo que viendo un thriller me molestaría que hiciera mi vecino de butaca. En la proyección de una de estas fábulas replicantes defecadas por las productoras multinacionales, existe un pacto entre los espectadores: todos somos idiotas, y se debe respetar al idiota de tu vecino, es decir, desconfiar de él. Dado que el mensaje se propaga unilateralmente, como desde el púlpito, la atención es necesaria, y la tensión sacramental también: se trata de un ritual: el público (o su inteligencia, su capacidad intelectual) es sacrificado individualmente en favor de la verdad colectiva, la versión oficial. El entretenimiento onanista justifica el crimen, y exige intimidad.
Este otro tipo de cine no es narcótico y no persigue los mismos fines de adocenamiento y distracción, por lo tanto, no necesita emplear sus mismas herramientas. Imagino un patio de butacas iluminado, habitado por el rumor del diálogo entre los espectadores, en el que todo el mundo reconoce a su vecino sin tener demasiado en cuenta el respeto territorial, arriesgándose a romper el común acuerdo. Una película lo suficientemente lenta como para poder salir a tomar aire o intercambiar impresiones en medio de su proyección.
Otras formas de emplear un lenguaje que viaja constantemente del espectáculo de variedades, de las carpas de las ferias y el vodevil a forma artística sin dejar de ser un instrumento de la propaganda ideológica del poder y de la oposición al poder.
Me alegro de que exista Albert Serra, pero no escribí este texto pensando en su película, que me dice poco, y técnicamente está bastante mal. Técnicamente... Lástima. No sé por qué hace cine la gente a la que no le gusta el cine, tampoco entiendo cómo se me ha ocurrido ir a ver una película a un cine de "arte y ensayo" donde los tres reyes magos son los personajes principales. Ha sido mi concesión navideña de este año, supongo. Y la maldita curiosidad. Recuerdo cuando tenía siete años y aquellas navidades en Valencia obligué a mi abuela y a la tía Maruja a llevarme a ver "El retorno del Jedi". Je, je.
¿Y el Hamlet de Ostermeier? ¿Será mejor que el de George Lucas?
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