26 sept. 2009
Hambre de carretera
Soy un coleccionista de venenos, de formas de matarme.
Si aún no lo he conseguido, es porque no he sido capaz de decidirme por ninguna de las alternativas disponibles.
Quizá es que no he encontrado el momento oportuno,
o la perfecta combinación entre la técnica y el instante apropiado.
Los motivos no son importantes para mí,
cualquier motivo es bueno para vivir, del mismo modo que cualquier razón es buena para quitarse la vida.
Cuando era joven tenía la percepción, la certeza, de que mi muerte sería violenta, antinatural. Un accidente de coche, por ejemplo.
Es algo muy común, y por una u otra razón, viajo muy a menudo solo por carretera. Sobre todo porque me gusta, supongo.
Además, un accidente de tráfico me libraría del esfuerzo
de tener que prepararme para morir, despedirme de los seres queridos, hacer un febril recuento de la vida vivida. Es tan difícil decidir qué es importante y qué no lo es... Es más sencillo acumular la información, las experiencias, una sobre otra, y dejar que la memoria vaya borrando aquéllos caminos menos transitados, hasta que la maleza los oculta a nuestros ojos y es como si nunca hubieran existido.
El olvido es un movimiento involuntario de la conciencia, necesario y tenaz como la respiración. (la voluntad de olvidar, el deseo de olvidar, se parecen al deseo de posesión del ser amado, por lo inalcanzable y estúpido de sus pretensiones.)
La acción de conducir nos pone en contacto directo con la máquina, como una prolongación de ella, (que es también una representación de la conciencia, una creación de la mente). Hace falta muy poca conciencia y casi ninguna voluntad para que un automóvil circule por la carretera siguiendo nuestro deseo de viajar, de desplazarnos, de adquirir velocidad.
Parece producirse entonces una especie de suspensión de la línea temporal, al atravesar el espacio a tanta velocidad de alguna manera lo comprimimos, o bien proporcionalmente dilatamos el tiempo transcurrido. Hay una revaloración, o una transvalorización, o un cambio de perspectiva. Protegidos por la cápsula espacio-temporal, quedan muy lejos asuntos y problemas, cuya importancia está ahora seriamente relativizada.
La permanente presencia del peligro de un accidente que de forma absurda y gratuita acabaría con nuestra vida ayuda a establecer un estado de ánimo muy determinado. Una suspensión que afecta también a otras leyes ya no tan naturales, más sofisticadas. Un instante de autenticidad, de pura esencia.
Es terrible que se pueda conducir sin música, no se debe desaprovechar la potencia que la música otorga a esta forma de desplazarse por la vida, a toda velocidad, con el convencimiento de que nada tiene la más mínima importancia salvo el hecho de estar vivo, de que ahora sí, ahora sí que se puede ir el mundo a la
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