18 sept. 2009

The limits of control


[En el metro, que es el laberinto transmundano donde las ilusiones se adormecen, encuentro la salida en Tribunal, y sigo a un hombre joven con una sudadera deportiva. En la espalda puede leerse "Le Boxeur-Marseille". Como a un duende que me guiara. De alguna forma extraigo de las palabras impresas en su espalda la fuerza para atravesar los enésimos anillos, las escaleras mecánicas interminables de la estación de Tribunal. Un bucle motorizado de acero. Los círculos concéntricos del infierno. Cuando llego a la superficie tardo unos instantes en descubrir dónde estoy, pero estoy fuera, estoy a salvo.]

Desde que ví la película tenía ganas de dejar algo aquí sobre ella. He encontrado un análisis muy profundo y muy currado en una web hecha en Barna. Pero yo no lo leería antes de ver la película.

La fotografía es de Cristopher Doyle, anoté su nombre pues es una pasada la imagen de la película. Qué idiota, no caí en que Doyle es el dire de foto de Wong Kar-Wai. Tengo mis lagunas...

Revenge is useless, me susurra el asesino al oído. Pero no se trata de eso. Se trata de hacer limpieza. La volveré a ver cuando se estrene en este solitario rincón del universo.

(23 de Octubre)

Aunque no sé qué sentido tiene, voy a añadir ahora las líneas que escribí en caliente al salir del cine. Bueno, sí que tiene algo de sentido: el domingo pasado en Madrid, guiado por el olfato, encontré una de las localizaciones. La encontré porque la estaba buscando, además.

12 Mayo 2009

"...he salido de los cines Alexandra flotando, reconciliado con el mundo que me rodea, ésta ciudad que, por momentos, tanto me hastía. Recorro Houston Street mecido por semejante paz, que es también una tregua para conmigo. Es un film poético, zen, lento y silenciosamente combativo, y además es cine hablando del cine, vida hablando de la vida. La letra de una canción popular, una extraña torre de apartamentos en Madrid y la presencia silenciosa del protagonista, parecen ser los únicos puntos de partida. Pero hay más, y esto se explica al final, una voluntad de hacer justicia, de equilibrar la balanza. De hacer limpieza en un mundo podrido y sucio donde parece que estos conceptos han perdido su sentido y su utilidad. Que se han vuelto abstractos e inalcanzables...

El comedor del Sylvia’s está enmoquetado como un hotel, las paredes pintadas de un verde suave, las sillas cómodas y pesadas, las mesas a la altura perfecta… (Notas impregnadas de una percepción favorable de la situación, parece que Harlem y la música soul que suena por los altavoces me ponen de buen humor.)"

En aquélla plaza escribí: "Puedo querer a una mujer como se quiere a un río."