28 févr. 2007

Tenía una idea estupenda para un cuento sin argumento. Trata de una voz, de una forma de hablar, como alguien que utiliza un idioma que no es el suyo.
Tenía ceniza o polvo de estrellas en la punta de los dedos. La ceniza era de color azul.
Vengo un poco apurado, con algo de prisa o vergüenza, me pido un café largo para que me dure como mínimo veinte minutos. Me siento. Es mi oficina para los días libres. En cuanto tengo un rato vengo aquí a echar de menos su laberinto, los pliegues de la carne cuando se ríe. Escribo lo que estoy haciendo, sentarme junto a la puerta para ser el primero en verte no llegar, escuchar la música que alguien se ha acordado de pinchar, escribir. Funciona como un desatascador de cañerías, como acercarse al borde del volcán para encender un cigarrillo. Un tanto desproporcionado, yo mismo, también...

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