21 sept. 2008

El miedo es el mensaje



El mes que viene, o el otro, hay algo así como un día para pensar en, bueno, es algo que se está organizando para ver si se da algo de caña, quiero decir, en otros países, supongo que en Europa. De todo este tema de la vigilancia y el control. Bueno, si alguien se anima, la información anda por aquí y también hay un grupo de gente que está viendo a ver si se organizan desde aquí...

La resistencia es débil, flota en el aire un aroma de resignación, las buenas intenciones se dispersan y los colectivos son cada vez más personales, burbujas irreales entre el deseo y la imaginación. Sobre todo aquí, en la red, sobre todo gracias a la red. Supongo que es difícil escapar de los privilegios del bienestar. El sistema ha monopolizado hasta sus mecanismos de destrucción. Como en un chotis, hay poco sitio para bailar.

Ví el escaparate de Louis Vuitton en la Quinta Avenida y me encantó. Me he tirado un año grabando cámaras de vigilancia con mi handycam y ya tengo desarrollado un gusto en cuanto a carcasas y ubicaciones. Todavía no sé muy bien qué hacer con todo aquel material. Esta misma marca encargó hace unas temporadas a Olafur Eliasson una lámpara para colocar en sus escaparates. Estuve un buen rato admirándola en la tienda de Passeig de Gràcia, una noche, después del teatro, cuando caminaba hacia el Raval.

Estos cabrones se lo han comido todo, pensé el otro día en Manhattan. Son capaces de anticipar nuestros próximos movimientos, no porque nos observen y nos vigilen, sino porque nos tienen comprados, porque trabajamos para ellos. Muy pocos talentos escapan a los golosos sueldos de la publicidad, y ya sabemos lo que dice el axiomatismo tajante de Kiko Amat al respecto. No sé si hace falta volver a señalar con el dedo nicotinado el intercambio de flujos que se produce entre el arte contemporáneo y la propaganda. Se lo pasan pipa, se hacen mucha gracia, se corren del gusto, encantados de conocerse.

Las cámaras de videovigilancia sólo sirven para dar una impresión de seguridad, pero no pueden evitar que se cometan crímenes. La vigilancia de los habitantes/consumidores/clientes/esclavos no interesa a los poderosos, que conocen exactamente nuestros hábitos y comportamientos. No hay espacio para la disidencia bajo la luz de sus ojos electrónicos. Quizá en otro sitio sí. En el escaparate de 5th Avenue el bolso no está, sólo hay una magnífica peana. Es una buena invitación al crimen, que es a lo que hay que estar dispuesto si se quiere hacer algo en serio por los demás.

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