14 juil. 2009
Tienes que querer consumirte en tu propia llama
19 Mayo 2009
De vuelta en Barcelona, tres días durmiendo, fumando muy poco, a punto de dejarlo. Meditando, preparando un epílogo para este cuaderno de tristeza pacífica, de derrota largamente estudiada.
El epílogo debería hablar de ella, sea quien sea, de los buenos tiempos que pasamos juntos, dejar constancia de mis buenos deseos y las ganas de conciliar dos realidades tan opuestas, antagónicas, que no pueden coexistir. Es demasiado esfuerzo para mí solo, así que este amor que ya nadie defiende quedará huérfano, y abandonado a su suerte. Qué injusticia, por ahora.
Este epílogo que tan raro y tan nosotros que nos quisimos tanto me está saliendo debería incluir al final una cita de Nietzsche y una postal de Nueva York, algún gesto mío, distraído, que he heredado de mi padre, las ganas de gritar que me provoca esta ciudad mentecata y a veces miserable que ya no puedo ni situar en el mapa porque todas las ciudades se me han confundido en una sola desgana, en un solo deseo de abandonar.
Tendré que reservarme mi desprecio y simular que creo que aún queda algo por hacer, y, en consecuencia, hacerlo, o simular también que lo estoy haciendo.
Agradecer a los compañeros de viaje, casi todo escritores muertos y amigos de verdad, sus palabras, y el amor a la literatura y al pensamiento que han podido comunicarme y compartir, a años luz de la esfera y lejos del alcance de la compasión.
A los aragoneses que no se rindieron
A los alemanes que no se unieron al suicidio
A los cineastas voladores
A los exploradores de la belleza
A los viajeros del alma
A los poetas, y a la sombra que me recuerda
Que existo todavía, no inútilmente,
No para siempre.
…Y apagar la luz.
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